miércoles, 30 de mayo de 2012

Gladiador tlaxcalteca


Me senté en mi silla preferencial. La gente guardó silencio al verme entrar y todos agacharon la cabeza, los sacrificios estaban por empezar.
No era común que visitara aquellos lugares, pero este sacrificio en especial era más importante que los demás. La batalla contra los Tlaxcalteca había terminado ya con una victoria, aunque no aplastante, sí definitiva por el momento del ejercito del imperio contra los talxcalos. Pero más allá de la victoria, lo más importante que había dejado aquella batalla fueron los prisioneros. Había caído prisionero uno de los guerreros águilas más valerosos y fuertes que haya visto yo en toda mi vida. Tlalhuicole.
En el momento en el que supe que había caído prisionero lo mande traer a mi palacio para darle todo el trato que un gran guerrero como él se merece. Pero conforme pasaban los días el águila que en su tiempo fue un gran militar oscurecía en su semblante y se convertía en una sombra más en un palacio tan grande. Un día accedí a sus suplicas de darle un sacrificio digno de él, un sacrificio gladiatorio.
Este tipo de sacrificios generalmente eran aplicados a grandes militares, consistían en exhibición de habilidades militares tanto del sacrificado como de algunos soldados del ejército. El sacrificado era amarrado de un pie a una gran roca en el centro (temalcátl) para limitar su movimiento; después se le daba un escudo y un macuahuitl de madera para golpear a sus oponentes. Comúnmente hacían falta dos o tres soldados para herir fuertemente al prisionero, después era tomado por sacerdotes para ser llevado a la roca de sacrificio donde se le extraía el corazón de una manera limpia. Era una de las formas más dignas de morir.
Cuando llegué al recinto,  Tlalhuicole estaba ya amarrado al temalcátl atento a cuando empezara el sacrificio. Di la señal con la mano y fue imposible que la gente no gritara de la emoción, no los culpo, estaban a punto de ver una de las leyendas militares de todo el centro del imperio.
La batalla empezó con un guerrero que había participado en la misma batalla de huexotzinca. Cuando el soldado entró Tlalhuicole soltó el escudo para tener más movilidad del macuahuitl con su mano hábil. El otro soldado empezó a acercarse, cauteloso a sabiendas de las grandes habilidades de batalla del prisionero. Con un movimiento rápido se acercó para asestar un golpe en una pierna de Tlalhuicole pero este supo moverse más rápido, el soldado se desequilibró por el impulso y Tlalhuicole dio un golpe rápido pero certero en la cabeza del soldado, quien cayo desplomado al suelo sin dar señales de vida. 
Los gritos y aplausos de la gente se hicieron escuchar por todo el lugar. Recogieron el cuerpo del soldado quien yacía muerto por el golpe certero del prisionero y tocó el turno de un soldado de Texcoco que había luchado a mi lado en las batallas del sur del imperio. La batalla empezó, el soldado jugaba con la distancia que podía alcanzar el prisionero para calcular su rango de acción. La gente lo animaba a dar el golpe de suerte que hiriera a Tlalhuicole, pero el soldado se tomó su tiempo. Trató de dar un golpe fuerte hacía el prisionero, pero Tlalhuicole volvió a ser más fuerte que su adversario y con un golpe fuerte al codo se pudo oír en todo el recinto como el hueso del soldado se partía en dos, y con un grito de dolor se retiró de la batalla humillado.
La gente apoyaba al prisionero, aun cuando sabían que sin importar el resultado de aquellas batallas, sería sacrificado al final de la noche.
Subió al campo un guerrero águila de Tlacópan, militar de alto rango que esperaba acabar con la suerte del prisionero. Esta batalla tenía un ritmo mucho más rápido, los ataque de ambos guerreros águila eran rechazados por el otro y la gente estaba atenta a cualquier cosa que pudiera suceder. Los dos guerreros estaban atentos al error del otro, que seguramente significaría la victoria. El guerrero de Tlacópan dio un golpe rápido que obligo a Tlalhuicole a saltar, pero su pierna atada al temalcátl lo hizo caer al suelo estrepitosamente, quedando a merced del soldado. La gente empezó a gritar sintiendo cerca el fin de la batalla. Yo miraba desde mi silla, atento a lo que iba a suceder, algo en mi decía que Tlalhuicole todavía tenía mucha batalla para dar. El guerrero de Tlacópan, al ver a su enemigo caído levantó los brazos en señal de victoria, se acercó para asestar el último golpe, pero rápidamente Tlalhuicole dio un golpe en la rodilla que hizo que el soldado cayera con un grito, después se levantó rápidamente y asestó un golpe en la cabeza del soldado, quien cayo inerte al suelo y soltando su arma. 
La emoción de la gente se hizo sentir, y el apoyo al soldado que sería sacrificado fue tal que por un momento pensé en dejarlo libre. Tlalhuicole debió de haber adivinado mis pensamientos, porque con la cabeza gacha, mirando hacía donde yo estaba pero sin verme directamente a mi, movió la cabeza en señal negativa. ¡¿Cómo se atrevía a darle órdenes al mismísimo emperador?! Pero tenía razón, un sacrificio como ese gustaría mucho a Huitzilopochtli.
La batalla siguió por mucho tiempo, uno tras otro Tlalhuicole logró matar a otros 6 contrincantes, y herir por lo menos a otros 20. Finalmente un guerrero águila mexica que había participado en las batallas de Nopala e Icatépec, quien con una patada firme hizo caer al soldado, y después asestó un golpe rápido en el estomago que lo hizo gritar de dolor.
Los sacerdotes corrieron rápido por el prisionero quien agonizaba ya del dolor. Cortaron sus ataduras y poniéndolo firmemente en la roca de sacrificio extrajeron su corazón para ofrecerlo a Huitzilopochtli.
La gente bajo la cabeza, sintiéndose honrada por haber presenciado un sacrificio de esa magnitud.
Yo me levante y mande a que incineraran al prisionero y guardaran sus cenizas en un templo, eso era lo que se merecía Tlalhuicole. No sólo por el espectáculo que ofreció, sino por la muestra de como debe de luchar un guerrero águila y hacer honor a su rango.
Vi otros sacrificios gladiatorios, pero ninguno que se asemejara a la gran batalla de Tlalhuicole. Tal vez el tiempo supo mejorarla y dramatizarla un poco, pero puedo decirles, como testigo de lo que vi, que ese soldado tiene toda la razón de convertirse en leyenda.


sábado, 26 de mayo de 2012

Moctezuma Xocoyotzin


Huitzilopocthli quiso que el sol se levantara una vez más. Filtrándose ligeramente por los amplios ventanales de mi habitación.

Era la temporada de calor, estaba por acabar. La guerra en las recónditas tierras del sur había terminado, y yo tlachcálcatl era considerado un héroe.

Mi tío se encontraba en las obras del nuevo acueducto por lo que se había ido temprano a supervisar la casi terminada edificación.

Desayune temprano sintiendo un pesado aire en el ambiente del palacio, como si algo no estuviera bien. Los esclavos servían los alimentos con la cabeza gacha, justo como los habían enseñado, a ellos y a todo el pueblo.

Escuche pasos apresurados en la entrada del palacio, algo no estaba bien.

Un mensajero llego cansado de haber corrido a hincarse a mis pies.

-Habla mensajero.-dije un poco preocupado por las noticias que este pudiera traerme.

-Joven Moctezuma-dijo con la voz temblorosa- Su tío Ahuízotl ha muerto en una inundación del acueducto.

La noticia me consternó, despedí al mensajero y mire por la ventana la gran ciudad de Tenochtitlan.


Soy Moctezuma Xocoyotzin, noveno Huey Tlatoani de las tierras de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan. Señor de los mexicas, que optimizó de manera casi perfecta la recolección y administración de los reinos que formaban parte del imperio. Reconocido por recobrar la prosperidad económica que tanto había caracterizado al pueblo mexica, pero incapaz de someter a los pueblos vecinos. En mi reinado recibí las señales que indicaban el regreso del dios . Recibí al mismísimo Quetzalcóatl en mi templo, para después darme cuenta del engaño al que había sido sometido. Cuando trate de pedir perdón a mi pueblo era demasiado tarde. Recibí las piedras como una muestra de mi error, los dioses querían que me equivocara de esta manera, y yo tenía que ser responsable de mis actos.

Soy el mismísimo Huey Tlatoani, pero soy muy diferente al que te enseñaron en la primaria. Tendrás que conocerme.